"Eres mi razón de ser"... es increíble cómo en ocasiones una sola frase puede significar muchas cosas, cómo simples líneas escritas en un papel pueden llegar a convertirse en un legado de vida, en tu código de honor. "Eres mi razón de ser"... la frase retumbaba en mi cabeza aquella tarde como aún lo sigue haciendo hoy mismo. ¿Qué grado de entrega absoluta demanda a una persona el escribir esta frase? Me impacta el nivel de sometimiento al que pudo haber llegado. ¿Es posible amar de tal forma que tu propia existencia no llegue a tener sentido si no depende de la otra persona?
Una fría tarde de agosto cuando empieza nuestra historia un joven postrado de rodillas derrama su corazón en su habitación. No se escuchan opulentes palabras, menos un clamor que salga desde lo más profundo de su ser, simplemente un mudo sollozo, casi imperceptible para cualquiera, excepto para alguien en particular. Las lágrimas caen al suelo como piedras pesada desmoronándose de una vieja montaña. Cada gota es caliente como el mismo fuego. Una a una van cayendo toscamente, estrellándose con el frío suelo, ese suelo que parece ser el único confidente de aquel muchacho.
--¿Qué es lo que estoy haciendo mal?--se pregunta a si mismo el joven-- ¿Por qué no puedo lograr un cambio genuino? ¿Qué me falta? ¿En que me estoy equivocando?
El cuestionamiento proviene debido a una oleada de fracasos por los que viene pasando Luis, errores tras errores, derrotas, sueños no alcanzados. Siente que pudo dar más, pero hoy es la sombra de lo que algún día debía ser. Es un fantasma oculto entre las sombras cuando fue llamado a ser luz para el mundo. Y hoy la tristeza lo trae abajo, hoy se mira al espejo y casi le es imposible reconocerse, ¿En quién se ha convertido?, ¿Quién es ese cuya imagen le regresa el espejo? A ese, él no lo conoce, o más bien sí, es aquello en lo que siempre tuvo miedo de convertirse.
Hace muchos años atrás Luis era totalmente distinto, tenía sueños, ilusiones, esperanzas. Él era dibujante y quería a través de sus dibujos cambiar el mundo. Crear historias fantásticas que inspiraran a otros a soñar, que los motivara nuevamente a ser como niños, a que se olvidaran por un momento de sus preocupaciones y sus deudas y volvieran a sonreír como cuando infantes.
Pero Luis vive en un mundo real, en un país real, en una casa real, en donde prima el alquiler, y dónde si no tienes trabajo no te alcanza para llevarte un pan a la boca. No hay lugar para fantasías cuando vives en el mundo real. Qué lejanos se ven los sueños cuando alguien a quien estimabas y confiabas te dice a la cara: "Nunca lo has de lograr, no sirves para nada", de qué poco vale ahora la esperanza cuando las puertas en el trabajo se te cierran y te das cuenta que un simple dibujante no tiene muchas posibilidades de avanzar en este mundo. Sientes que se te quiebra el alma en dos cada vez que lo intentas, cuando das tu máximo esfuerzo con todo el corazón, cuando te determinaste en el alma a dar pelea y esta vez no abandonar el campo de batalla hasta ver alcanzada esa tierra anhelada donde todo será mejor, pero en ese mismo día en la noche toparte con la siniestra realidad que te susurra al oído de forma perversa: "Volviste a fallar".
No es que no lo intentaste, diste tu mayor esfuerzo, peleaste hasta con la fibra más íntima de tu ser, pero por alguna curiosa razón el resultado es siempre el mismo. No pudiste, fracasaste. Esa tierra prometida está cada vez más lejos, y lo peor, invencibles gigantes de bronce la custodian. "Jamás lo has de lograr, eres un inútil". Esas palabras pequeñas e insignificantes pueden marcar la vida de un joven para siempre.
Y ahí está nuestro Luis, cansado de fracasar una vez más, ya sin fuerzas siquiera para enojarse consigo mismo, completamente rendido en el piso, llorando, pidiéndole a Dios que si Él es real, por favor, haga un cambio genuino con él.
Me alegra saber que Dios no es un dios inconmovible, distante, que mandaría callar al jovencito por ser tan impertinente y pedirle ayuda a Él cuando precisamente esta ocupado en cosas mucho más importante de Su reino allá en los Cielos. Me fascina saber que Dios se compadece de aquel que falló toda su vida, que se le hacen nudos en la garganta ante la tristeza humana, que el Dios soberano del cielo y de la tierra puede callar de amor por un Luis que lo ha dado todo y no puede más.
Luis se levanta del suelo, no sintió nada especial, no encontró una respuesta mística, no se le apareció un ángel que le diera una palabra mágica que lo convirtiera automáticamente en un triunfador. Se puso en pie, alistó sus cosas y se marchó. Continuó con sus labores diarias sin saber que el mismo Creador del cosmos y el universo esta vez iba con él.
Hace una semana atrás en la calle una persona desconocida habló con Luis: Le contó del amor de Dios, le explicó que de tal manera había amado Dios al mundo que había mandado a Su Único Hijo a salvarnos de la muerte eterna. Luis tomó una buena decisión en ese momento, y aceptó a Cristo en su corazón. El pensó que a partir de ahí todo sería distinto, que todo le iría bien, pero no: Lamentablemente para Luis, todo siguió como hasta entonces. No hubieron cambios milagroso e instantáneos, lo que él ignoraba era que había entrado en un proceso de transformación por parte de Dios.
Luis desconocía muchas cosas, pero si algo había comprendido era aquello de que si por gracia recibes por gracia debes de dar. Y ya que no podía cambiar el mundo con sus dibujos intentó cambiar el mundo con lo poco que había aprendido en esa semana.
Salió al parque más cercano a su casa y comenzó a contar a todo el mundo el plan de salvación a través de Cristo. La gente no le hacía caso e incluso se burlaban de él. Nuevamente se sintió fracasado. Pero esta vez no se rindió, en esta ocasión, daría pelea hasta el final. O conseguía que alguien aceptara a Cristo en el corazón o moriría en el intento. Esta vez una fuerza exterior le impedía bajar los brazos, esta vez, sin saberlo, dentro de él había una convicción de que lo iba a lograr, así que decidió no darse por vencido. Pero al final del día, ninguna persona había aceptado a Cristo en su corazón.
Se dirigía a su casa pero esta vez no se sentía fracasado, se sentía alegre porque había dominado su miedo a hablar en frente del público aun cuando estos se rieran de él. El había determinado que no se rendiría y que mañana lo volvería a intentar, una vez y otra vez y las veces que fueran necesarias, hasta que finalmente lo consiguieran.
Cuando estaba por llegar a su casa vio algo terrible. Un niño cruza la pista y un auto a toda velocidad se dirige hacia él. Luis sabe que el niño no tendrá opción a esquivarlo, sabe que si no hace algo pronto ese pequeño inocente morirá. Entonces sin pensarlo y casi por instinto su cuerpo se mueve por sí solo y Luis corre a toda velocidad para alcanzar al niño. Todo parece ir a hora en cámara lenta, puede escuchar el ruido que hace las llantas del auto en movimiento. Puede apreciar el horror dibujado en la cara del niño quien ya se dio cuenta de lo que en pocos segundos ocurrirá. Puede escuchar los gritos de espanto de su madre desesperada. Sus piernas corren a una velocidad inimaginada y por un leve segundo se siente que casi estuviera volando. Se lanza hacia el niño y logra hacerlo hacia un lado poniéndolo a salvo. La madre llega hasta él, y se funde en un inmenso abrazo con su hijo. --¡Pensé que te había perdido! --exclama entre llantos la madre que abraza con todas sus fuerzas al pequeño. Se da vuelta para agradecerle a aquel hombre que salvó la vida de su hijo pero al hacerlo aprecia con horror que éste recibió el impacto que era para el infante. Se encuentra gravemente herido y sangra mucho por todo el cuerpo. La mujer se pone nerviosa, aún así atina a llamar a la ambulancia. El chofer del auto aprovecha la confusión para escapar. Pronto se arma gran tumulto en toda la calle.
--Escúcheme, señora, escúcheme por favor --implora moribundo Luis. La mujer está más preocupada llamando a la ambulancia y justo en ese preciso momento su celular parece no funcionar. La señora comienza a implorar a alguien entre los presentes que por favor llamen a la ambulancia. --¡¡ESCÚCHEME!! --grita Luis con la poca fuerza que le queda-- Escúcheme por favor... escúcheme porque en estas palabras se me está yendo la vida... y es importante que se las diga
La señora se acerca hasta donde está él, inclina su oído para escucharle, y Luis casi con un hilo de voz, le dice: --Dios la ama...
La señora no puede creer lo que está oyendo, aquel moribundo que debería ahora mismo preocuparse por salvar su vida le viene a hablar de Dios.
--Dios la ama... a usted y a toda su familia, por eso no permitió que su hijo muriera hoy...
--Por favor hombre, guarde silencio, no hable, le hará mal, se pondrá peor --responde angustiada la mujer.
--Si yo callara... las mismas piedras de este camino se levantarían para decirle este mensaje... Dios la ama... a usted y a toda su familia... y si quiere que ese amor sea real en su vida... por favor... repita esta oración después de mí...
--Pero hombre, ¿por qué me dice estás cosas?, ¿es que acaso no le importa ponerse peor? ¿No le importa su vida?
--No se preocupe por mí... si yo muero iré al Cielo, pues Cristo vive en mí... pero usted, ¿está segura que si le tocara morir hoy iría a encontrarse con Dios?... ¿Está segura que su hijo iría al Cielo si le hubiese pasado algo?... Eso fue lo que me impulsó a correr tan rápido para que no muriera, porque supuse que aún su niño no tenía a Cristo en su corazón.... y no quería que se perdiera para siempre...
Fue entonces que la señora se puso a llorar, a llorar como jamás había llorado nunca antes en su vida, a llorar de verdad. ¿Por qué este hombre desconocido había entregado todo por personas que jamás antes había visto? ¿Porque entregó su vida para rescatar a quienes no conocía? ¿Por qué aún en su lecho de muerte daba su último aliento en querer que conozcan a Dios? Fue entonces cuando todo le fue revelado. Por amor. El mismo amor que Cristo tuvo por cada uno de nosotros en la cruz, el mismo amor que tuvo Dios para enviar a Su Único Hijo a morir por nuestros pecados. Ese amor incompresible y que a los ojos de muchos podría parecer una locura o tontería. Ese amor que sólo puede provenir del Dios verdadero.
La ambulancia no pudo llegar a tiempo. Cuando encontraron a Luis ya era tarde... Había muerto. Pero algo impactó a las personas que se acercaban con la camilla, y a la gente que se había acumulado ahí. Luis había muerto con una sonrisa como la de aquel que vivió toda su vida en victoria.
Fue entonces que aquella mujer entendió el plan de salvación. Lo mismo que había hecho Luis por su hijo fue lo que Jesús hizo por la humanidad.
--Jesús... ¡¡Entra en mi corazón!! ¡¡Te necesito!! Te necesito... Te necesito... --confesó la mujer entre llantos.
Pasado un tiempo, esa mujer de nombre Clara, es una importante empresaria y también sirve activamente en la obra de Dios. Ella y toda su familia recibieron a Jesús en su corazón y ahora viven una vida llena de prosperidad y bendición. Los dibujos de Luis se hicieron muy conocidos. Ya que Clara se encargó de buscarlos y publicarlos y hoy en día se venden por montones, todos con un mensaje de fe y esperanza.
Las palabras pueden marcar nuestro destino. Luis determinó que no fueran las palabras que recibió de niño las que lo marcaran. Hizo caso omiso al "Nunca lo haz de lograr, eres un inútil", y sí prefirió dejar que sea otra frase la que fuera su estandarte de vida, las palabras que él mismo dijera una fría mañana de agosto cuando derramaba su corazón delante de Dios: "Te amo, Dios. Me rindo ante ti, eres mi razón ser".
Historia: Xavier Taboada
Imagen: Google
Corrección: El Broder
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Evangelismo efectivo
uf, tremendo texto bro!
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